Antes escribía de libertad, de huir muy lejos, dejar el Lobo correr libre, solitario, independiente, estaba sediento de libertad, sin nada que le reprimiera, cuantas veces nos miramos a los ojos y el Lobo me decía: necesitamos ser libres, ven conmigo, huyamos del trivial, no necesitas palabras vacías, mirame a los ojos, en mí ves quién realmente eres.
El Lobo quería soledad, correr libre por la campiña con la Luna de guía y las estrellas de espectadoras, y así seguíamos el Lobo y yo, en un mundo infranqueable, él impaciente por huir y romper todas las cadenas.
Entonces algo cambió, pasé a escribir de quedarme, de compartir mis atardeceres, de soñar despierta y volar muy, muy alto, el Lobo se sentía seguro, arropado, sentía que le entendían, era una sensación tan cálida y embriagadora, él quería que aquel lugar le perteneciera, aquel rinconcito se acercaba al paraíso que no se había permitido soñar, fue tan imprevisto, sus sentimientos a flor de piel.
El Lobo quería pasear tranquilo jugando con el agua, quería sentir el fuego que le calentaba el alma a todo instante, quería sentir las caricias del viento en su pelaje.
Ten cuidado, le pedía, te puedes herir. El Lobo me miró y dijo que confiaramos, le gustaba estas nuevas percepciones de la vida, quería explorar todos los rincones del bosque, perderse en el follaje húmedo, responder al susurro del viento y volar en sus brazos, por primera vez sentía tranquilidad, quería ser frágil, enseñar quién era sin miedo, veía su reflejo en el agua y le complacía.
Yo recelaba y temía a las heridas, el Lobo sabía lo que quería y le contaba a la Luna, era feliz, amaba, después de tanto huir amaba, sentía que le valoraban, quería estar allí, mismo siendo complicado, aquel sería su lugar para siempre…
Ahora el Lobo mira a la Luna desde su cueva, está en total oscuridad, arrinconado y sumido en la tristeza, no siente dolor, las heridas están cicatrizadas. Me mira afligido y avergonzado, está inmerso en la melancolía, quiere estar solo, entendió que no había un lugar al que volver, se despidió de la mejor manera posible y caminó hasta allí.
Le he mirado y prometí que le mantendría a salvo, nadie volverá a acercarse a nosotros.
La Luna, ese faro coronando el cielo, ve su desesperanza y me dice: también le avisé, pero se había enamorado.
Isabel Silva
Este #relatosFaro participa en la convocatoria de noviembre @divagacionistas