Un paso y todo habría acabado.
Respiró muy profundamente, el aire era frío y cortante, miro la intensidad del mar, escuchó el llamado de las olas, las aguas agitadas golpeaban el acantilado con fuerza, así mismo era un dulce cantar, triste y acogedor, invitaba a olvidar.
Miró aquellos colores entremezclados, azul, sobre azul y más azul. Un recuerdo, luego un suspiro, ya no había a dónde regresar, no volvería sobre sus pasos, no había otra oportunidad, ni palabras, había agotado todas y cada una de ellas, solo el silencio.
Quiso escribir, miró el papel en blanco, las palabras no salían, se negaban a implorar, a suspirar, a despedirse otra vez, estaba decidida a poner fin a todo, a recomenzar.
En cuanto subía pensaba en si aquello era la mejor decisión, si debería quedarse un poco más, si debería insistir, si no sería buscar el camino fácil, ¿sería cobarde? ¿Realmente era la solución más fácil? Miró el cielo azul, sobre azul y más azul. El sabor a salitre en su boca, el olor inconfundible del mar que la llenaba de paz, había sido intrépida, valiente, temerosa, soñadora, indecisa, apasionada, había amado y había perdido.
Un paso y todo habría acabado.
Saltó. Sintió el agua helada en la piel, como finas aguas.
El agua la envolvía a borbotones, apresurada por llenar todos los espacios que eran suyos, intentó respirar, se agitó, ya no había vuelta atrás.
Tranquila, le susurro el mar con voz acogedora, estás en casa.
Dejó que las olas la envolvieran, dejó de resistir, respiró por última vez, dejó que el agua llenará sus pulmones, allí ya no tenía nada, estaba cansada de luchar, sin voz, sin fuerzas, sin valentía…
Experimentó una sensación familiar, la recogía por todo el cuerpo, transformando su piel, cambiando el aire por agua, la piel por escamas, el pulmón por branquias, los pies por aletas. No era la solución más fácil, era difícil dejarlo todo, necesitaba empezar después de construir frágiles castillos en la arena.
Oteo el océano, se sumergió en el agua, volvía a casa, allí era dueña y señora de su reino, su mundo, su lugar, su castillo fortificado bajo el mar y seguro.
Arriba en el acantilado quedaron unas zapatillas negras algo gastadas y en el océano se alejaba una preciosa cola azul de Sirena, en un mar azul, sobre azul y más azul, que feliz le decía: bienvenida a casa pequeña.
Isabel Silva
Este #relatosAcantilados participa en la convocatoria de abril de @divagacionistas