sábado, 26 de agosto de 2017

Un antiguo amor...

Hacía mucho que soñaba con ella, respirar su aire, sentir su calor en mi piel, oler el perfume de amores allí vividos, ansiaba este encuentro desde mucho tiempo cuando la conocí en las páginas de un libro, me impregnaba el olor a mar, podía oír el bullicio de los pescadores, el acre de las calles, la tenía idealizada, amada, deseada, soñada.
La primera vez que estuve en la ciudad no pude verla, me sentí decepcionada, enfadada, triste y nuevamente decepcionada, la quería tanto, deseaba tocarla y allí estaba, sin tiempo, corriendo con prisas sin poder acercarme a ella, casi lloré de decepción, las calles no eran como me había imaginado. Lo único que me reconfortaba era saber que lo que realmente deseaba no estaba en esta parte de la ciudad, esa idea egoísta era a lo que me agarraba como náufrago perdido en alta mar.
Volví a la ciudad una mañana de julio, la temperatura era agradable, un calor soportable, un verano atípico con algo de brisa y nublado. Mi amiga francesa me recibió en su casa con una sonrisa y me pregunto lo que quería hacer por la tarde, tenía más que claro donde quería ir, el problema era que su amigo ruso quería ir a la playa y nos miraba con unos ojitos melancólicos y dulces que para nada me convenció. Está nublado, no es día de ir a la playa. Le dijo mi amiga francesa. A él le apetecía leer un rato, rebosado como croqueta en la arena, seguía insistiendo con sus ojos dulces. Mi corazón aceleraba, como ella le dijeran que sí, era el fin, me iría sin conocerla, ¡¡otra vez!!
 - Adiós pretty boy, nos vemos en la cena. Desinfle como un globo liberando la tensión que sentía, y respire despacio, aliviada.
Nos pusimos en camino, nosotras y Lua (una labrador negra preciosa), me llevo primero a los sitios que le gustaban, que no eran muy conocidos, andando arriba y abajo, explicando los motivos por los que le gustaba, la parte más moderna y cosmopolita, arte moderno, de formas cuadradas, yo miraba y asentía. Andamos por parques, me enseño la antigua entrada de la ciudad, preciosa a no más poder, un museo de arte moderno, buscamos fuentes para refrescar a Lua pues empezaba a hacer bochorno, y nunca llegábamos, seguíamos andando, me presentaba una parte de la ciudad que no conocía, me regaño por no conocerla, sonreí avergonzada, casi como disculpa, estaba enamorada de algo en concreto. Así son los amores, te enamoras y no ves nada más, el vacío que sientes lo llenas con la musa de tus delirios, no tenía ojos para nada más,  me parecía traicionar mi amor, me gustaba cada lugar nuevo, pero la seguía ansiando, era ella y lo que le rodeaba lo que deseaba conocer, tocar, respirar.
Entramos en una plazuela con un monumento a los caídos en combate, le hice un par de fotos a una preciosa chica asiática en bicicleta, cuando me dice mi amiga:
-Aquí está lo que tanto querías conocer.
-Nooo, no puede ser. Esa no es. No, no...
-¿Estás decepcionada? Se refleja en tu cara. Lo dijo con una sonrisa.
Me maldigo as veces por ser tan transparente... Era evidente y completamente cierto, estaba decepcionada, no podía ser verdad. No era ella, no.
Dimos la vuelta por una callejuela que ya conocía de tantas veces que estuve allí, transportada en las páginas de aquel libro, hasta que la tuve delante. Magnánima, esplendorosa, tal cual la soñaba, la emoción embargaba mi voz, sentía tantas sensaciones a la vez que no conseguía expresarme. Estaba delante de la Catedral del Mar, Santa María del Mar.
- Ahora sí, ¿no? ¿Estás contenta? ¿Era como la imaginabas? Asentí en silencio, abrumada. Dentro es aún más impresionante, me dijo.
Entre y toque cada columna, los bancos de madera, grabando en la memoria cada imagen, sintiendo las luces de las vidrieras, el olor a antiguo, a paso del tiempo, a historia viva y palpable, imaginándola en el siglo XIII, lo magnifico e impresionante de su construcción, como le iluminaba las luces de las velas, los pecadores aglomerados, espiando sus pecados, las gentes admiradas con su grandiosidad, los pecadores rogando en sus plegarias, las lágrimas resbalaran lentamente. Allí estaba, este verano, en la Basílica de Santa María del Mar, en Barcelona, realizando uno de mis sueños, conociendo ese antiguo amor del que llevaba mucho, muchísimo enamorada.

Isabel Silva


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