Había sentido la fuerza de la ola que zarandeaba su barco de un lado a otro, sabía que iba a naufragar, esperaba el golpe final que la lanzaría lejos de la seguridad de la embarcación.
Tenía prisa por poner a salvo su tesoro y empezó una lucha frenética contra el agua, la pondría a salvo y luego ya pensaría.
Luchaba con el timón para mantener el rumbo, sorteaba los golpes enfurecidos del mar, se agarraba a una única esperanza, salir ilesas de las aguas enfurecidas y encontrar un lugar seguro donde estuvieran a salvo.
Las olas desafiantes golpeaban sin perdón, enderezo el barco con sus últimas fuerzas, ya no podía más, miro lo único que le importaba, la abrazo y espero el golpe inevitable.
Despertó en una isla, vió su tesoro a salvo, con algunas magulladuras, pero ilesa. Respiro muy profundo buscando el aire, le dolía el pecho, la había salvado y ya nada importaba.
Los restos del barco estaban esparcidos por la playa, algunos a la deriva en el mar se mecían en las olas ahora tranquilas. Recogió un trozo de madera, luego otro, respiro profundamente y se dijo que no salvaría nada más, todo lo perdido se quedaría allí, no tenía energía, ni ganas, no le apetecía volver a empezar, estaba cansada, todo lo valioso que poseía descansaba indeme en aquella playa, libre de peligro.
Sintió que iba tan a la deriva cuanto los restos de la embarcación azotada, con partes rotas y sin voluntad de recomponerse, dejaría que las olas fueran a su ritmo, solo por un rato.
No salvaría nada más.
Estaba tan cansada, hizo el recogido de vuelta y se tumbó en la arena, despertó horas más tarde rodeada por piezas desperdigadas traídas por el mar, entre ellas el timón.
Suspiro, cerró los ojos y pensó: ahora te tienes que salvar…
No, no quiero salvarme, quiero quedarme aquí y ser arrastrada por el mar. Ir a la deriva por un tiempo.
Isabel Silva
Este #relatosNaufragios participa en la convocatoria de septiembre de @divagacionistas
No hay comentarios:
Publicar un comentario