lunes, 29 de septiembre de 2025

Ahora te tienes que salvar…


Había sentido la fuerza de la ola que zarandeaba su barco de un lado a otro, sabía que iba a naufragar, esperaba el golpe final que la lanzaría lejos de la seguridad de la embarcación.

Tenía prisa por poner a salvo su tesoro y empezó una lucha frenética contra el agua, la pondría a salvo y luego ya pensaría.

Luchaba con el timón para mantener el rumbo, sorteaba los golpes enfurecidos del mar, se agarraba a una única esperanza, salir ilesas de las aguas enfurecidas y encontrar un lugar seguro donde estuvieran a salvo.
Las olas desafiantes golpeaban sin perdón, enderezo el barco con sus últimas fuerzas, ya no podía más, miro lo único que le importaba, la abrazo y espero el golpe inevitable.

Despertó en una isla, vió su tesoro a salvo, con algunas magulladuras, pero ilesa. Respiro muy profundo buscando el aire, le dolía el pecho, la había salvado y ya nada importaba.

Los restos del barco estaban esparcidos por la playa, algunos a la deriva en el mar se mecían en las olas ahora tranquilas. Recogió un trozo de madera, luego otro, respiro profundamente y se dijo que no salvaría nada más, todo lo perdido se quedaría allí, no tenía energía, ni ganas, no le apetecía volver a empezar, estaba cansada, todo lo valioso que poseía descansaba indeme en aquella playa, libre de peligro.

Sintió que iba tan a la deriva cuanto los restos de la embarcación azotada, con partes rotas y sin voluntad de recomponerse, dejaría que las olas fueran a su ritmo, solo por un rato.
No salvaría nada más.

Estaba tan cansada, hizo el recogido de vuelta y se tumbó en la arena, despertó horas más tarde rodeada por piezas desperdigadas traídas por el mar, entre ellas el timón. 

Suspiro, cerró los ojos y pensó: ahora te tienes que salvar…

No, no quiero salvarme, quiero quedarme aquí y ser arrastrada por el mar. Ir a la deriva por un tiempo.


Isabel Silva

Este #relatosNaufragios participa en la convocatoria de septiembre de @divagacionistas

lunes, 28 de julio de 2025

Ese lenguaje secreto...



Caminaban por la orilla en silencio, oyendo el borboteo de la espuma del mar al tocar sus pies, y cuando les tocaban se miraban con complicidad y sonreían.
Sus miradas cargadas de amor ardían como el sol de verano, hablaban sin decirse nada, en ese lenguaje secreto de los enamorados que nadie más entiende.

Paseaban ajenos a todo, eran ellos y solo ellos en aquel lugar que habían hecho suyo a cada temporada de julio, sabían a(mar), a salitre de las salpicaduras del agua en sus pieles tostadas por el sol, alejados de la monótona y cotidiana realidad de la ciudad llena de bullicio, gritos al volante, atascos interminables, autobuses que tardaban un siglo en llegar. Allí estaban ellos y el mar que les unía.

Sentaban en la orilla a ver como la resaca espumosa de las olas les alcanzaban, a veces muy perezosa o desatadas, les arrastraban de donde estaban mar adentro, ellos sonreían, volvían corriendo al lugar donde estaban, a besarse las gotitas saladas en el otro, sabían a(mar), a sol, a arena, a protector solar, a verano.

El mar les recordaba que la felicidad eran ellos juntos en cualquier lugar, en la ciudad agobiados, en las tareas cotidianas, en los besos de buenas noches, en el silencio de una lectura, en un abrazo que era refugio, en un paseo a la orilla del mar y en la realidad de la vida.

Descubrieron jugando con la espuma, dibujando sus iniciales en la arena el sentido real de a(mar), eran ellos hablando un lenguaje secreto que nadie más conocía. 


Isabel Silva 

Este #relatosEspuma participa en la convocatoria de julio de @divagacionistas

 

lunes, 30 de junio de 2025

Volvía a estar en paz




Hacía casi un año que se había reconciliado consigo misma, llevaba años con esta lucha interior que la molestaba, que se decía que lo que sentía no estaba bien, que por ello era una persona fea.

En este conflicto era difícil encontrar un punto común, era ella contra ella misma, como el ángel del bien y el mal peleándose, cada cual queriendo tener razón. Ella con sus valores y principios, sufriendo por algo que le hacía bien, que era bueno para ella, que ayudaba a que siguiera adelante, le hacía sonreír, y que era complicado y difícil, sabía que surgirían problemas, sabía que no era una transgresión, era una buena persona, pero le costaba aceptar salir de sus convicciones, de lo dictado como cierto o errado. Estaba en un conflicto constante. 

Necesitaba hacer las paces consigo misma, era un conflicto inútil, desgastante. ¿Cómo sería posible ignorar a sí misma? Si fuera una persona querida en la misma situación le diría palabras agradables, que a veces los sentimientos nacen y que no puede hacerse daño con pensamientos dolorosos, que viva la historia se puede. ¿Por qué no si decía lo mismo?

Casi un año… 

Aceptó sentir, aceptó sus debilidades, aceptó que no quería hacer daño a nadie.

Aceptó que un día encontró la otra punta de su hilo rojo, se enredó en él, luchó para rechazarlo, cuánto más rechazaba más sentía. En el proceso de ignorar, sentir y rechazarse se rompió, consiguió recomponerse, volvió a romperse otras muchas veces enredada en un hilo que seguía protegiendo, hasta que aceptó sentir y se reconcilió con ella y sus miedos, entonces aflojó el nudo del hilo para que se liberará de ella, mismo que estuvieron hilados por siempre, soltó…

Entendió que la vida no siempre es un camino cierto donde cumplir a ciegas todas las señalizaciones, encuentras algunos desvíos, bellas montañas, desiertos donde quieres caminar en busca de un oasis, un océano inmenso dónde sentir las olas, un atardecer anaranjado y un cielo estrellado con una luna deslumbrante que te invitan a vivir algo nuevo.

Entendió y se dió permiso para atender su conflicto personal, dejó de enfrentarse consigo misma, se permitió sentir, cerrar las heridas de esta lucha desgastante y polémica, y el dolor cesó. Volvía a estar en paz y bien consigo misma.


Isabel Silva 

Este #relatosConflicto participa en la convocatoria de junio de @divagacionistas


lunes, 26 de mayo de 2025

Al borde del precipicio


Miraba fijamente la pantalla del portátil, delante tenía por tercera vez el email abierto.

Miraba la hoja en blanco que ansiaba sus letras, sus palabras, sus emociones. 
Quería escribirle, llenarlo todo con palabras diciendo que quería dar pasos atrás y volver a la casilla de inicio, quería volver a intentarlo. 

Volvió a acariciar las letras en el teclado, sabía que se escribía la primera, todas las demás saldría a borbotones, con trocitos de su alma en cada una de ellas.

Aquel punto parpadeante era un acantilado, estaba allí esperando a que saltará de una gran altura, confiando que esa vez su desasosiego fuera suficiente para dar el paso decisivo y lanzarse a colmar los espacios vacíos con su verdad y melancolía. 
Para ella había sido real, todo aquello le había pasado de verdad y aún sentía. ¿Qué tenía aún por decir que no le hubiera dicho? Lo único que no quiso decir esta vez. No quiero, no quiero que me dejes otra vez. Quiero que te quedes, quiero construir un tú y yo desordenado y ordenando, conociendo cada rincón nuestro, rompiendo la perfección, siendo imperfectos.  

El abismo parpadeaba delante de sus ojos, invitando a dar el paso, a sumergirse en sus aguas dudosas, a nadar hasta quedar sin fuerzas, a ir contramarea sin saber que encontraría en el destino. Un riesgo.

Deslizó los dedos por el teclado suavemente y dió a la pestaña de cerrar.

Amar también es dejar al otro libre de ti, y de un amor que no necesita. 
Si él la amaba sabía como encontrarla, encontraría el camino y las palabras que tendría que decir, entendería que sí es el hombre que ella merece. Entonces los dos saltamos al abismo y nadamos juntos hasta nuestra isla en medio del mar.
Por ahora, seguiría siendo un espacio libre de ella, como él quería, como él pidió. 

Apagó el portátil. No dejas de amar porque no te elige. Aprendes poco a poco a vivir con la ausencia. A sobrevivir al silencio. 

Isabel Silva 

Este #relatosAcantilados participa en la convocatoria de mayo/abril de @divagacionistas


lunes, 28 de abril de 2025

Azul, sobre azul y más azul


Un paso y todo habría acabado.

Respiró muy profundamente, el aire era frío y cortante, miro la intensidad del mar, escuchó el llamado de las olas, las aguas agitadas golpeaban el acantilado con fuerza, así mismo era un dulce cantar, triste y acogedor, invitaba a olvidar.

Miró aquellos colores entremezclados, azul, sobre azul y más azul. Un recuerdo, luego un suspiro, ya no había a dónde regresar, no volvería sobre sus pasos, no había otra oportunidad, ni palabras, había agotado todas y cada una de ellas, solo el silencio. 
Quiso escribir, miró el papel en blanco, las palabras no salían, se negaban a implorar, a suspirar, a despedirse otra vez, estaba decidida a poner fin a todo, a recomenzar.

En cuanto subía pensaba en si aquello era la mejor decisión, si debería quedarse un poco más, si debería insistir, si no sería buscar el camino fácil, ¿sería cobarde? ¿Realmente era la solución más fácil? Miró el cielo azul, sobre azul y más azul. El sabor a salitre en su boca, el olor inconfundible del mar que la llenaba de paz, había sido intrépida, valiente, temerosa, soñadora, indecisa, apasionada, había amado y había perdido.

Un paso y todo habría acabado. 
Saltó. Sintió el agua helada en la piel, como finas aguas.
El agua la envolvía a borbotones, apresurada por llenar todos los espacios que eran suyos, intentó respirar, se agitó, ya no había vuelta atrás. 

Tranquila, le susurro el mar con voz acogedora, estás en casa.

Dejó que las olas la envolvieran, dejó de resistir, respiró por última vez, dejó que el agua llenará sus pulmones, allí ya no tenía nada, estaba cansada de luchar, sin voz, sin fuerzas, sin valentía…

Experimentó una sensación familiar, la recogía por todo el cuerpo, transformando su piel, cambiando el aire por agua, la piel por escamas, el pulmón por branquias, los pies por aletas. No era la solución más fácil, era difícil dejarlo todo, necesitaba empezar después de construir frágiles castillos en la arena.

Oteo el océano, se sumergió en el agua, volvía a casa, allí era dueña y señora de su reino, su mundo, su lugar, su castillo fortificado bajo el mar y seguro. 

Arriba en el acantilado quedaron unas zapatillas negras algo gastadas y en el océano se alejaba una preciosa cola azul de Sirena, en un mar azul, sobre azul y más azul, que feliz le decía: bienvenida a casa pequeña.

Isabel Silva 

Este #relatosAcantilados participa en la convocatoria de abril de @divagacionistas

lunes, 31 de marzo de 2025

Siempre que llovía...


Le gustaba la lluvia, le gustaba andar bajo la lluvia, detestaba los paraguas, tampoco servían de mucho, eran un estorbo, prefería la lluvia, y siempre que llovía recordaba aquel poema de García Márquez, sobre la lluvia. “Llueve. Y estoy pensando en ti. Y estoy soñando”. 

Acostada en la cama, oía el golpeteo de la lluvia en la ventana cerrada, era tan tranquilizador el sonido. Levantó y fue a mirar las gotitas en el cristal, tenía varias formas distintas, deslizaban y se unían unas con otras. Miro al cielo con sus nubarrones, luego a la calle y vio a una chica corriendo para no mojarse, una pareja apretada, protegidos en el paraguas y una señora sin paraguas con pasos apresurados. 

“Nadie vendrá esta tarde
a mi dolor cerrado. Nadie”.
Recordó otro trocito del poema de García Márquez.

Volvió a observar las gotas de lluvia. Una ballena, una máscara de la peste, un murciélago, un tiburón, un fénix volando… parecían hechas de plata.

“Solo tu ausencia
que me duele en las horas.” 
Siempre estes versos de García Márquez, pensó.

La lluvia, el poema, las gotas en el cristal… la transportó a una tarde de invierno, a un temporal que la mojó entera, a una conversación amena, a unas risas cómplices, a una sensación conocida de bienestar y tranquilidad. Sonrió.

“Mañana tu presencia regresará en la rosa”.
Siempre que llovía esta estrofa del poema de García Márquez le removía algo por dentro, despertaba el amor, su amor de por siempre jamás, su amor de por siempre y para siempre, el único amor que quería y merecía, su amor… 

Cerró la ventana, se acostó con el sonido de la lluvia y sonó.
 

Isabel Silva 

Este #relatosLluvia participa en la convocatoria de marzo de @divagacionistas

viernes, 14 de marzo de 2025

La Luna les miraba ...






La Luna les miraba y sonreía..

Escuchaba sus risas y secretos, les seguía escondida entre nubes, le gustaba como se miraban y como hacían que cada momento juntos fuera único, como si fuera eterno…

Aquella noche de octubre con el cielo despejado los miraba atenta. Caminaban por el camino del río, aún tímidos, era la primera vez que se veían desde que se habían distanciado, quedaron en hablar, en entender lo que les había pasado y decir que harían después.

La Luna les miraba…
Había algo en sus miradas, en la de él recelo y dudas, en la de ella recelo y miedo al rechazo.

Cuántas veces, pensó la Luna, me habían mirado pensando el uno en el otro en la distancia, cuántas veces oí sus suspiros y sus palabras de añoranza, cuantas veces fui testigo de sus besos, de las sonrisas y miradas que me dedicaban sabiendo que los dos se encontrarán mirándome, la he despertado con mi dulce beso porque me lo enviaban él y ahora que están allí juntos, parecen distantes.

La Luna les miraba confundida…
¿Aún les dolía? ¿No se habían perdonado? ¿Se callaban? ¿Qué estaba pasando?

La Luna miraba y no entendía…

Ella me había dicho, muy emocionada que iba a poder abrazarlo, le iba a decir todas las palabras que tenía pendiente hasta quedarse vacía, le explicaría todos los malentendidos y le diría por fin que le amaba. 

¿Por qué callaba ahora?

La Luna miraba…

Él también le había dicho que quería arreglar los malentendidos, que puede que aún esté un poco herido, pero que quería intentarlo, la valoraba mucho y era importante para él.  También me decía que ella merecía alguien que le dedicará todo su tiempo y esfuerzo. ¿Lo decía de verdad? ¿Alguien que no fuera él? Lo dudo.
Su mirada era dulce, atenta, le decía que siempre la había visto. Pero también callaba, ¿Por qué?

La Luna miraba, recordaba todas las veces que ellos en la distancia se pensaban, se decían palabras dulces y le pedían para que ella con su resplandor les dijera, tantas veces suspiraban, se deseaban y le confesaban que querían estar juntos… ¿Será que piensa que dejaron de quererse? Ella escuchaba sus silencios, y conocía la verdad de sus corazones, estaban hechos el uno para el otro.

La Luna miraba, la noche avanzaba y ellos seguían por el camino callados, el miedo a hacerse daño, a volver a herirse y a perderse nuevamente les distanciaba. Ella le quería abrazar, él la quería besar. Ella le quería besar y él la quería abrazar. Pero no se atrevían

La Luna miraba triste viendo a los dos amantes temer el amor, conocía sus corazones, conocía sus dificultades, sabía que se añoraban, sabía que estaban hechos del mismo polvo de estrellas, eran tan diferentes y tan iguales, intensidad y tranquilidad, río y mar que se encuentran y se unen. Tal vez necesitaban algo más de tiempo.

Ellos caminaban, muy juntos, se miraban, sonreían, había fuego en sus miradas, había electricidad en sus pieles, sentían la atracción como a un imán… Él no quería hacerse otra vez daño y ella no quería que la rechazará. Caminaban medindo las palabras, temiendo romper la armonía que sentían por haber conseguido estar allí juntos y eso era algo que ninguno de los dos quería perder, la paz entre ellos, compartir un paseo en silencio, volver a reírse de un chiste malo, un café y un email a deshoras contando sus anécdotas, sus miedos o sus impresiones. Habían recuperado la confianza mutua. 

La Luna miraba…
Quién sabe la próxima vez que se encuentren ella le abrace y él la bese, que pueda oír sus suspiros de pasión en vez de silencio, que sepan la verdad de sus corazones y que están hechos del polvo de las mismas estrellas, son uno y un todo, son el uno para el otro.


Isabel Silva